
Por Pablo Tosco Colaborador de Tiempo de Jujuy en Barcelona y miembro de la Red Espacio Angular
La ciudad de Barcelona es una de las más importantes de España, en ella conviven en armonía diferentes estilos arquitectónicos. La conjunción entre lo antiguo y lo moderno hacen de la capital de Cataluña un lugar casi mágico. Sus calles son un recorrido por la historia de la humanidad donde se puede observar el paso del imperio romano, barrios medievales, edificios representativos del Modernismo y las vanguardias del siglo XX.

Pero todo el encanto de esta ciudad cosmopolita, tiene sus contrastes, sus luces y sombras.
Esta metrópolis está llena de historias algunas conocidas y otras, no menos importantes, no tan populares. En estas últimas están los relatos de personas que quedaron fuera del sistema, desempleadas o en situación de calle; que merecen ser escuchadas por que son parte de los matices cotidianos, donde la luz se desvanece y el contraste social aumenta.
En este contexto, se encuentran las historias de un grupo de inmigrantes y un ciudadano español, que debido al avance de la pandemia y la crisis sanitaria, se les fueron acentuando las dificultades para poder vivir, tanto para conseguir alimentos como un lugar para dormir.
Además, la cuarentena que rige en todo el país visibilizó las diferencias sociales, subyacentes, y la falta de contención social por parte de un estado, que hoy se encuentra desbordado.

Según la fundación Arrels, 4200 personas se encuentran sin hogar en la ciudad de Barcelona. Muchas de ellas son personas migrantes en situación administrativa irregular, otras son solicitantes de asilo, y las hay que no han tenido acceso a un trabajo digno que les permita contar con acceso a una vivienda.
Barcelona fría

Ismael recoge un cartón para aislar su saco de dormir del suelo. Khalid, sentado en un banco frío, desenreda de su bufanda un colgante con la insignia de la mano de Fátima. Frente a la entrada del mercado de Fort Pienc una docena de personas migrantes de Rumania, Nigeria, Senegal y Marruecos resisten al duro invierno en refugios construidos con telas y cartones. Son parte del grupo de personas que ante el confinamiento decretado por el estado español no tienen un hogar donde quedarse.
Algunos clientes del mercado comparten productos alimenticios y varios vecinos aportan un plato de comida caliente.
Rincones en olvido

José Antonio es de Extremadura, y lleva dos años viviendo en situación de calle frente a Plaza Catalunya, en el centro de Barcelona.
No tiene acceso a ningún albergue ya que no aceptan animales de compañía. Bru, su mascota, se queda fuera esperándolo.
Las autoridades españolas no parecían tener registro de los indices de “sinhogarismo” que en España afecta a más de 31.000 personas, muchas de ellas con patologías previas, agravadas por las condiciones en las que viven. Personas sin recursos para mantener las recomendaciones de higiene y distanciamiento social, y que han visto además cómo el confinamiento ha provocado el cierre de centros de día y comedores sociales.
Esta crisis parece haber dejado las calles desiertas pero hay esquinas, portales y cajeros que albergan porciones de vidas olvidadas. Las calles no están vacías.